Cien años después


Cuentacuentos 2.107: Parque Jubilásico


La friolera de, nada más y nada menos que, cien años han pasado desde aquel día en que El Cuentacuentos llegaba a la frase número cien. Hoy, 23 de Octubre de 2.107, publico lo último que he escrito. Empecé hace cosa de tres meses a escribirlo, porque claro… los años pasan factura y las cosas ya no son lo que eran.

Ahora, vivimos todos en una enorme residencia que un día fue de ancianos que, poco a poco la fueron abandonando para dar lugar a la entrada de más Cuentacuentos. Aunque algunos se mostraban reacios al principio, al final hemos acabado todos aquí.

Yo, ahora mismo no recuerdo cuando, pero hace poco que cumplí los 125 años. Es cierto que no soy la más joven (algunas se quitan años de encima, que lo sé yo…) pero también hay quien supera mi edad con creces.

El personal médico que vive pendiente de todos nosotros y se encarga de que nuestros mecanismos (todos ellos, sean los que sean) no se paren, no se explica que sigamos vivos. Los expertos (todavía no sé en qué) aseguran que el crear historias es lo que nos alarga la vida. Quiero creer que tienen razón. Y también quiero creer que, visto lo visto, la calidad y el número de creaciones, influye en ello. Porque no todos nos conservamos igual de bien.

Me parece que esto va a ser lo último que escriba, porque el reuma y las lagunas mentales que padezco, se me están haciendo insoportables. Si como aseguran: “no sigo creando historias, no sigo viviendo”, creo que ha llegado el momento de retirarme y dar cabida a otro de nosotros.

No me malinterpretéis, no es que no esté a gusto aquí, pero es que hay veces en las que se me hace muy duro. Recuerdo, por ejemplo, la última visita de mi bisnieta la mayor, ese hijo suyo… me arrea cada mamporro cada vez que viene a verme… Su padre dice que es su forma de demostrar afecto, pero el cabroncete me hace un daño del mil demonios… ¡Ay criaturita, me recuerda tanto a mí cuando era pequeña…!

Bueno, a lo que iba: la residencia. Es enorme y está llena de comodidades. Cintas transportadoras sobre las que ir de un lado a otro (y evitar así llegar un día después a comer); ascensores que nos mueven de un piso a otro; mascarillas de oxígenos distribuidas cada quince metros (por lo que pueda pasar); personal médico siempre alerta…

¿Y qué me decís del museo que nos han montado aquí al lado? Este mes creo que no nos han llevado a visitarlo, o eso o que yo no me enteré. También puede ser que lo haya olvidado, eso tampoco lo descarto. El caso es que es una maravilla ver todos nuestros escritos y premios en él. Tengo ganas de volver a ir (espero tener tiempo suficiente para hacerlo), y no porque me crea eso que le escuché el otro día a Popi de que han criogenizado y metido en una urna de cristal al Señor de las Historias, yo creo que es una de las suyas...

Hoy no estoy muy animada, no como el otro día, que hasta quise ir a una quedada que organizaron en el jardín. Quise ir pero no pude hacerlo, porque me equivoqué de cinta transportadora y acabé en uno de los salones. Al final asistí a la lectura de un microrrelato que parece ser que Oski escribió hace cien años también. Menuda siesta más buena la de esa tarde. No, no… no volváis a entenderme mal, no me dormí porque fuese aburrido, me dormí porque María ya no ve tan bien como antes y el control de sus cuerdas vocales lo está perdiendo. 20 minutos tardó en leer el título y lo demás ya no lo sé, porque se me cerraron los ojos. ¡Qué penita más grande, con lo bien que leía en el colegio cuando éramos niñas!

Ahora que pienso… creo que he quedado con Wannea y con alguna más para echar una partida de cartas en el salón verde. Me apetece mucho ir, pero también me da miedo después de lo del otro día. Creo que no todos os habéis enterado, pero… a Miki le trajeron el otro día un programa que copia y transcribe todo lo que dices en el ordenador, cuando venía a prestármelo, fue asaltado por un grupo de cuentacuentos enmascarados y casi nos lo quitan, pero al final la trinchera que nos ayudaron a construir Pedro y Tormenta, aguantó. Aunque también ayudó que Aarón apareciera y les tirara su vieja guitarra encima. De eso se alegraron muchos, pero ya no sé si por nosotros o por la guitarra, que se rompió en mil pedazos.

Hay días difíciles por aquí, últimamente no cesan los golpes de estado, pero Javi y Beleíta han sido siempre capaces de salir satisfactoriamente del apuro, y la República Independiente de Cuentacuentos, continúa como siempre…

Bueno, como siempre o casi… porque ahora las frases salen cada mes y medio (más o menos), cuando antes (no sé si lo recordaréis) salían cada semana, pero es que… ni nuestros dedos, ni nuestras cabezas son tan ágiles como lo eran antaño. Aún así, esto sigue creciendo. Cada día recibimos cientos y cientos de peticiones de jóvenes que quieren ser cuentacuentos o de otros, ya mayores, que lo son y quieren venirse a la residencia.

Por eso digo yo que va siendo hora de que alguno tiremos la toalla, no sea que nos la hagan tirar, porque aquí todo el mundo no cabe.

Acabo de escuchar a Jara por megafonía y dice que tenemos tarta de Pistachos en el salón verde, ¿entonces dónde he quedado yo para jugar a las cartas? Creo que me voy a ir al salón de cine a ver alguna de las películas de Scry o al de música que seguro que alguno andará aporreando alguna cosa en él.

¡Qué mayores que estamos ya, leche! Todavía me acuerdo de cuando…