“Me gusta contar las palabras y hacerlas bailar para ti, me gusta mirarlas danzando, diciendo las cosas que me prometí...”
Cantaba Bernardo quien, con el reproductor de música encendido y los auriculares puestos en las orejas, se había encerrado en el cobertizo, hasta que de nuevo volvía a accionar la sierra mecánica y entonces, lo único que podía escucharse era el ensordecedor ruido del artilugio eléctrico.
“Me gusta asomarme a la calle y ver a la gente pasar y siempre me gusta una siesta muy larga después de desayunar…”
Se le volvía a escuchar cantar, aunque esta vez, a su para nada aterciopelada voz, le acompañaban los golpes que daba con el pequeño machete que había encontrado allí dentro. Y de nuevo, otra vez el ruido de la sierra, hasta que de pronto cesó y ya no volvió a escucharse más.
“Me gusta comer con las manos, me gusta comerte la boca, vestido con las canciones y la camiseta con la que dormí…”
Seguía cantando el hombre hasta que la batería del reproductor corrió la misma suerte que lo que tenía entre manos. “Otro cadáver más para mi cuenta particular de hoy” pensaba mientras se quitaba los auriculares y observaba el amasijo de tripas, vísceras y sangre que había sobre la mesa.
Por suerte, el enorme delantal de plástico negro había conseguido impedir cualquier salpicadura en su ropa. Así los niños no podrían sospechar nada.
Limpió y recogió todos los restos con precaución. Si dejaba algún rastro estaba perdido. Lo metió todo dentro de una bolsa de basura también de color negro que ató con fuerza y, a su vez, metió esa bolsa dentro de otra exactamente igual y que también ató de la misma manera que la primera. Se lavó las manos y echó un último vistazo. Todo estaba en orden, así que ya podía salir de allí.
Abrió la puerta que había cerrado a cal y canto y llamó a su mujer, quien había estado manteniendo ocupados a los niños. Ella llegó al instante.
-¿Ya has terminado?
-Sí. No pensé que me fuese a costar tanto hacerlo…
-¿Y lo has limpiado todo? Si los niños lo ven…
-Tranquila, está todo limpio. ¿No creerás que quiero que piensen que su padre fue quién mató a la madre de Bambi? Jajaja.
-¡Qué humor tan negro tienes, Bernardo! Espero que al menos se te haya quitado ya el gusanillo de ir de caza por una buena temporada…
-¿No querías vacaciones en el campo? ¡Pues en el campo las cosas se hacen así, con las manos! Diles que te ayuden a poner la mesa. Voy a encender la barbacoa y en media hora comeremos.
-Está bien…
-¡Elisa!
-¿Qué?
-Recuerda: de esto no les digas ni una palabra.
-Que no…
-Y si preguntan: la carne me la ha dado el vecino, el señor que planta todas esas cosas…
-Que sí…