Una galleta de la fortuna vacía

"La felicidad no sólo se halla en la dicha, sinó también en aprender a aceptar", pero ¿en aprender a aceptar qué?, ¿que la suerte y la buena fortuna no le estaban predestinadas?

Almudena apretó el puño con fuerza arrugando aquel estúpido papel y salió del restaurante. Era muy tarde para llamar a alguien pero muy temprano para volver a casa. Comenzó a caminar y sus pies la llevaron al Paseo del Puerto, aquel por el que siempre había soñado que paseaba con Juanjo. Algo que nunca pasó.

Iba pensando en sus cosas y autocompadeciéndose como de costumbre cuando la voz de una mujer llamó su atención:

- "No seas tonta y quítate esas cosas de la cabeza. La respuesta está delante de tus ojos y no eres capaz de verla". Le decía una gitana desde el tenderete que tenía colocado en el paseo.

- "No, tampoco vengas a sentarte junto a mí para que te lea la palma de la mano. ¿Para qué vas a hacerlo si no crees en estas cosas?

Era como si aquella mujer fuera capaz de leerle el pensamiento y por ese motivo las ganas que Almudena sentía por acercarse a aquella desconocida aumentaban.

- "Te repito que no vengas a mí. Sólo eres una chica inteligente que está haciendo el tonto. Tú sola has de quitarte la venda de los ojos y lo harás esta noche. Pronto lo verás..."

Una ráfaga de viento hizo que se levantara la arena de la playa que quedaba tras el paseo, Almudena giró la cabeza para que no se le metiera en los ojos. Cuando la ráfaga pasó y ella volvió a girar la cabeza, la gitana ya no estaba.

Caminó hasta la pequeña muralla que separaba el suelo de arena de la playa de las pequeñas baldosas que adornaban el camino del Paseo y se sentó sobre ella. Pensó en las palabras de la gitana. En la primera galleta de la fortuna que le habían dado en el Restaurante Chino y que había resultado estar vacía. Pensó en que había tenido que cenar sola porque Juanjo la había llamado unos minutos después de que ella hubiera llegado al restaurante para decirle que no podría acompañarla en la cena. Pensó entonces en esas últimamente tan frecuentes reuniones a altas horas de la noche que tenían lugar en las oficinas en las que Juanjo trabajaba. Pensó en todas y cada una de las mentiras que, a pesar de saber que lo eran, no había querido reconocer hasta el momento. Y en último lugar, pensó en la frase impresa dentro de la segunda galleta de la fortuna que había pedido en el restaurante: "La felicidad no sólo se halla en la dicha, sinó también en aprender a aceptar".

Sacó el papel arrugado del bolsillo de su abrigo, lo estiró y volvió a leer la frase que contenía una vez más. En ese momento lo vio claro.

Caminó hasta la orilla y, con toda la fuerza de la que disponía, arrojó el papel al mar, porque aunque no se había dado cuenta hasta ese momento, no necesitaba una segunda galleta de la fortuna, la primera, aún estando vacía, lo decía todo. Vacía, así es como estaba su vida. Vacía de todo cuanto se merecía, aunque llena de cosas que tan sólo le permitían vivir a medias, sentir a medias y, en definitiva, ser feliz a medias.

Ese giro de ciento ochenta grados que su vida llevaba meses pidiendo a gritos, acababa de comenzar. Lo había hecho desde el momento en que Almudena le había dado la espalda al mar y, sonriendo, emprendía el camino de vuelta a casa…

Apenas cinco pasos después, su teléfono móvil comenzaba a sonar y con él, una nueva mentira implícita tras los nueve números del móvil de Juanjo. En ese momento, hubiera sido fácil deshacer el giro que había decidido darle a su vida pero, contra todo pronóstico, lo que Almudena hizo fue girarse para lanzar el móvil también al mar y seguir el camino que esa noche había decidido emprender.

Y entonces, simplemente, sonrió…



Escrito a medias con: María.