Historia del revés


Y al final... nada se pudo hacer por él, la muerte le llegó estando en la más absoluta de las soledades a causa de aquella parcela de su pasado por la cual jamás había conseguido perdonarse. Murió dentro de aquellas cuatro paredes que le habían servido de techo y colchón, así como de única compañía en los últimos años, y nadie encontró su cadáver hasta pasados cinco días... En las paredes, el techo y el suelo, una misma frase, escrita con su propia sangre: "Y a pesar de todo sigues sin creerme, pero te aseguro que allí estaba, entre mis manos temblorosas...".


Quique era un cinéfilo empedernido. Socio y abonado de los tres multicines de su pueblo, no se perdía ninguno de los estrenos, ninguna de las películas que daban.


Además de cinéfilo, melómano y una larga lista, era muy metódico. Desde que no era más que un niño, seguía unas determinadas pautas de actuación que seguía a rajatabla para todo aquello que hacía.

En lo que al cine se refiere, el día del estreno acudía sólo; se ponía sus vaqueros negros, su polo de Ralph Lauren y sus ya desgastadas converse; se compraba el cucurucho más grande de palomitas de colores y se sentaba, siempre, entre la quinta y la séptima fila, en una de las butacas del centro.


Después de haber visto la película que fuese el día del estreno, siempre se apuntaba a acompañar a cualquiera de sus amigos y volver a verla las veces que fueran...

Pero, Quique también era un bocazas. No era capaz de estarse callado, siempre esperaba a que sus acompañantes hubiesen comprado la entrada y estuvieran a punto de acomodarse en la butaca que les había tocado, para soltar el típico comentario que siempre te destripa el final de la película y te quita las ganas de verla.

Que el malo era el del turbante; que al final Jamie Sullivan muere; que el psicólogo infantil Malcolm Crowe está muerto... son algunas de las más célebres frases que hicieron que todos los amigos de Quique se negaran a ir con él al cine.

Cuando vio que nadie quería ir con él, entró en una profunda depresión. Dado que ahora no podría volver a ver una película acompañado, su metódico proceder en lo que a eso se refería se vino abajo y su mundo, ese que tan cuidadosamente se había creado a su gusto y manera, se desbarataba.

Se recluyó en su cuarto, del que no quería salir. Sus amigos, al enterarse, fueron a visitarle para hacerle entrar en razón y que entendiese que no era para tanto. Le dijeron que bastaba con que no fuese a los estrenos, que simplemente fuera a los de las películas que ninguno de ellos querría ver...


Quique prometió que así lo haría: antes de ir a cualquier estreno, hablaría con ellos y si ninguno quería ver esa película, iría el sólo; de lo contrario se esperaría a poder ir con los demás. En ese preciso instante, rompió el resto del abono para los estrenos que tenía y simplemente, esperó a ir con sus amigos y no desvelarles así el final de ninguna película.

Todo iba muy bien, hasta que una mañana, al recoger el correo del buzón, Quique descubrió que le había llegado su abono para la nueva temporada de cine que comenzaba al día siguiente. Se había olvidado por completo de anularlo... Resopló resignado y se dispuso a romperlo, como había hecho con el anterior, pero no fue capaz. Al día siguiente fue al estreno de "Yo, yo mismo y Nessita", y al volver a casa se sintió fatal, además de profundamente culpable...








Y al final... nada se supo hacer por él, la muerte le llegó estando en la más absoluta de las soledades a causa de aquella parcela de su pasado por la cual jamás había conseguido perdonarse. Murió dentro de aquellas cuatro paredes que le habían servido de techo y colchón, así como de única compañía en los últimos años, y nadie encontró su cadáver hasta pasados cinco días... En las paredes, el techo y el suelo, una misma frase, escrita con su propia sangre: "Y a pesar de todo sigues sin creerme, pero te aseguro que allí estaba, entre mis manos temblorosas, aquel abono para la nueva temporada que no pude dejar de utilizar...".



Si quieres darle un giro de 120º a este final, hazlo pinchando aquí. Aunque, si pinchas aquí, le darás un giro de 240 grados. Por el contrario, si pinchas aquí, el giro que habrás dado será de 360º y habrás vuelto justamente al principio, es decir, ¡¡¡a aquí!!!

Te conozco demasiado bien

Te conozco demasiado bien, tan bien como si te hubiera parido, que dirían algunos. Te conozco más que a mi madre o a mis hermanos, y también más de lo que ellos me conocen a mí, pero sólo porque tú a mi me conoces en el mismo grado que yo a ti. He estado presente en muchas de tus cosas y en las que no he estado, más tarde o más temprano has terminado por contármelas tú.

Te conozco demasiado bien, y por eso a mí no puedes engañarme, igual que yo tampoco puedo engañarte a ti. Hemos compartido tantas cosas y pasado por otras muchas que entre nostras ya no hay secretos, ni misterios, ni verdades a medias. Hemos pasado a ser tan simples la una para la otra que ya todo está practicamente dicho, y lo que quede por decir sería fácil de adivinar.

Si metaforeamos un poco (aunque ya sé que no te gusta nada, pero te fastidias porque esto quien lo escribe soy yo), podría compararte con una ensalada...

Sí, sí... con una simple ensalada.

¡Señoras y caballeros, mi nombre es Vanessa y mi mejor amiga: una simple ensalada! Les diré porqué:

Dejando al margen su cara de lechuguina (que en ningún caso es peor que la mía), me basta con ver su cara de acelga para saber que algo le pasa y que no está bien, no necesito más que una palabra para saber que está triste, que ha llorado, que algo le preocupa o por el contrario, que todo ha salido bien (tan bien como yo siempre le digo que saldrá y que ella nunca se cree).

También me basta con ver su cara de tomate, del más rojo de los tomates, para saber que he dado en el clavo y que al final acabará por contarme eso que no ha logrado esconder.

Y no nos olvidemos de la cebolla, tan presente siempre en muchos tipos de ensalada. Porque ella, mi mejor amiga, si tuviese que ser un único ingrediente de una ensalada, sería la cebolla. Porque es una llorona empedernida. Y a esto lo le llamo: tener sentimientos, algo que parece estar muy de moda pero que no todos tienen (o tenemos). Tal vez porque no se trate de una moda de las pasajeras y porque tener sentimientos es algo mucho más complicado que salir a la calle y llevarse a casa los últimos legins de turno...

Además, mi niña es mi aceituna sin hueso, rellena de puro corazón. La sal y la pimienta de mi vida: la sal porque muchas veces ha ayudado a sanar y cicatrizar muchas de mis heridas, y la pimienta porque otras tantas me ha hecho reir cuando más lo necesitaba.

Y claro, esta ensalada también tiene guindilla. Una guindilla de las más picantes y coloradas que pueden existir. Pica porque tiene corage y genio, tanto que a veces hay que tragar agua (o saliva) para poderla soportar. Pero al mismo tiempo, es de un rojo muy vivo, y esto no es casualidad, es porque se la ve venir... y una siempre podrá tener la opción de quedársela para su ensalada o apartarla y dejarla a un lado...

Yo hace mucho tiempo que decidí quedarme con la guindilla; con la acelga; con el tomate, con la aceituna; con la sal y la pimienta; y con la cebolla llorona, porque como toda cebolla, tiene mil capas, y todas y cada una de ellas mejor a la anterior...

Para tí tonta del culo, porque te quiero un montón.

Ni siquiera tuvo tiempo de despedirse


Ni siquiera tuvo tiempo de despedirse de mí, me lo tiré, dejando constancia de ello con la videocámara cuyo play accioné en el preciso instante en que llamó al timbre de mi puerta, y sin apenas darle tiempo a que volviese a subirse los pantalones, lo eché de mi casa.


Roberto me doblaba en edad. Era alto, bien plantado, con labia y dinero, mucho dinero. Además estaba casado y tenía tres hijas, una de ellas de mi misma edad. No me atraía ni lo más mínimo, pero aún así me lo llevé a la cama.


Tenía constancia de que llevaba más de tres años engañando a su mujer con chicas de mi edad, de la edad de su hija mayor. Y esto no es algo que sorprenda, son muchos los hombres que lo hacen. Incluso, son muchas las chicas que se acuestan con hombres casados a sabiendas de que lo son.


Hasta que conocí a Roberto, siempre había pensado que tanto los hombres de su calaña como las jovencitas a las que se acercaban y que se dejaban querer por ellos, estaban en todo su derecho de hacerlo. "Cada cual que cuide de su conciencia, que a mí me basta con cuidar de la mía", solía pensar yo. Pero con él fue diferente.


Una tarde, mientras paseaba con Marta por una de las calles más concurridas del centro, mi amiga me dijo: "Mira, ¿ves al tío ese del jersey beige?, el de los ojos azules que está comprando margaritas en el puesto de la derecha. A ese me lo he tirado yo unas cuatro o cinco veces. ¿Ves estos pendientes y este anillo? Me los regaló la semana pasada...". Asentí y fingí aplaudir lo que Marta me contaba.


Al día siguiente, se celebraba el cumpleaños de Sofía, una de mis dos compañeras en el piso de estudiantes en el que vivía durante el período lectivo. Nos invitó a unos cuantos a una barbacoa que celebraba en su casa y yo no dudé en asistir. Hacía apenas cinco meses que la conocía, pero era una chica muy maja y muy buena, a la que en seguida le había cogido cariño.


Me quedé perpleja cuando, al presentarme a su padre, vi que se trataba de Roberto, el mismo tío con el que mi amiga Marta me había asegurado que se había acostado en varias ocasiones. Media hora después fingí encontrarme mal y me marché a casa.


Al día siguiente llamé a Sofía y quedé con ella en una cafetería a la que solíamos ir muy a menudo. El día anterior no había querido fastidiarle su fiesta, pero no podía dejar de contarle aquello que sabía acerca de su padre.


Me llamó mentirosa, me dijo que me iba a hacer la vida imposible y se fue de la cafetería dando gritos y diciéndome que no volviese a acercarme a ella en lo que me quedaba de vida.


Hace unas tres horas ha sido Sofía la que ha llamado al timbre, destrozada, llorando y pidiéndome disculpas por no haberme creído. Traía en su mano derecha la cinta que yo le envié tras haberme acostado con su padre...



*Prometí no escribir una historia graciosa y espero haber cumplido tan bien como se esperaba... ;)