En verano, huele a muerto

Otra vez ese olor extraño golpeaba su nariz, por segundo verano consecutivo sucedía y por segunda vez todas sus sospechas recaían en una misma persona, en su vecino: el señor Dieguez.

Un año atrás, cuando pasó por primera vez, su familia no creyó ni una palabra de lo que decía. "Cariño, has visto demasiados capítulos de C.S.I." o "Mamá se está haciendo mayor, ya se le está empezando a ir la pinza" fueron algunas de las lindezas que oyó de boca de los miembros de su familia. Esta vez no les diría nada, agudizaría su ingenio y trataría de desenmascarar al vecino sin la ayuda de nadie.

Sin embargo, pocos días después, se dieron cuenta:

-Mamá, ¿se puede saber qué haces?

-Buscar pistas hijo, buscar pistas... Y no me preguntes de qué porque lo sabes perfectamente y aunque no queráis admitirlo, sé que vosotros también lo oléis...

Con los primeros rayos de Sol del verano pasado y tras salir de su casa y poner los pies sobre el fresco césped, un olor fuerte, rancio y extraño, había golpeado su naríz y, la buena mujer, no había tardado mucho tiempo en atar cabos y llegar a la conclusión de que la muerte del perro del señor Dieguez estaba relacionada.

"Se le ha muerto el perro y no se le ha ocurrido mejor idea que enterrarlo en nuestro jardín" -había dicho-. "Aunque... tal vez lo haya matado él" -añadió después-. "Lo investigaré" -sentenció-.

Este año un olor muy similar, casi idéntico aunque tal vez un poco más fuerte, la llevaba a pensar que la que estaba bajo la tierra de su jardín era la suegra del vecino, a la que no veía desde hacía un par de semanas.

"¿Es que no os dáis cuenta? ¿Cuánto hace que no véis a la señora Ana? La ha matado y la ha enterrado en el jardín, igual que al perro".

-Mamá... ¿te has parado a pensar en porqué sólo lo hueles durante el verano?

-¡Buena observación, hijo! -dijo el padre del chico-.

-¡Pues claro! El olor a tierra mojada de las lluvias de la primera hace que pase desapercibido; el frio del invierno congela los cadáveres y hace que dejen de oler; en otoño han de descongelarse poco a poco y en verano, en verano aparece el tufo de nuevo. ¿Es qué no lo véis?

Padre e hijo se miraron frunciendo el ceño y moviendo la cabeza de izquiera a derecha. Un rato después, se les ocurrió algo que podría funcionar:

-Cariño... ¿por qué no te apuntas a las clases de gimnasia del barrio?

-Para que me mentenga ocupada y no diga más sandeces, ¿no?

-¿Sabías que el señor Dieguez va a esas clases, mamá? -apuntó su hijo-.

-Iré ahora mismo a apuntarme...

Padre e hijo tenían la esperanza de que, con un poco de ejercicio, estiramientos y flexibilidad, fuese capaz de darse cuenta de dónde procedía realmente el olor, pero no funcionó: durante las clases, ella estaba más atenta de seguir todos y cada uno de los movimientos del vecino que de cualquier otra cosa.

Una noche, durante la cena, a pesar de que su madre había preparado uno de sus platos preferidos, el chico no había probado bocado: tenía el estómago revuelto y mareado. De pronto, no pudo aguantar más y se lo dijo:

"¿Es qué no te das cuenta? No hay ningún cadáver bajo el césped del jardín, ¡eres tú! ¡Son tus pies en verano, cuando te pones sandalias! ¡APESTAN!"

-Jajaja -rió ella a carcajada limpia- ¡Ya lo sé!

-¿Lo sabes? -preguntaron para e hijo al unísono-.

-Por supuesto, y lo que me ha costado lograr que os atreviéseis a decírmelo...

Una galleta de la fortuna vacía

"La felicidad no sólo se halla en la dicha, sinó también en aprender a aceptar", pero ¿en aprender a aceptar qué?, ¿que la suerte y la buena fortuna no le estaban predestinadas?

Almudena apretó el puño con fuerza arrugando aquel estúpido papel y salió del restaurante. Era muy tarde para llamar a alguien pero muy temprano para volver a casa. Comenzó a caminar y sus pies la llevaron al Paseo del Puerto, aquel por el que siempre había soñado que paseaba con Juanjo. Algo que nunca pasó.

Iba pensando en sus cosas y autocompadeciéndose como de costumbre cuando la voz de una mujer llamó su atención:

- "No seas tonta y quítate esas cosas de la cabeza. La respuesta está delante de tus ojos y no eres capaz de verla". Le decía una gitana desde el tenderete que tenía colocado en el paseo.

- "No, tampoco vengas a sentarte junto a mí para que te lea la palma de la mano. ¿Para qué vas a hacerlo si no crees en estas cosas?

Era como si aquella mujer fuera capaz de leerle el pensamiento y por ese motivo las ganas que Almudena sentía por acercarse a aquella desconocida aumentaban.

- "Te repito que no vengas a mí. Sólo eres una chica inteligente que está haciendo el tonto. Tú sola has de quitarte la venda de los ojos y lo harás esta noche. Pronto lo verás..."

Una ráfaga de viento hizo que se levantara la arena de la playa que quedaba tras el paseo, Almudena giró la cabeza para que no se le metiera en los ojos. Cuando la ráfaga pasó y ella volvió a girar la cabeza, la gitana ya no estaba.

Caminó hasta la pequeña muralla que separaba el suelo de arena de la playa de las pequeñas baldosas que adornaban el camino del Paseo y se sentó sobre ella. Pensó en las palabras de la gitana. En la primera galleta de la fortuna que le habían dado en el Restaurante Chino y que había resultado estar vacía. Pensó en que había tenido que cenar sola porque Juanjo la había llamado unos minutos después de que ella hubiera llegado al restaurante para decirle que no podría acompañarla en la cena. Pensó entonces en esas últimamente tan frecuentes reuniones a altas horas de la noche que tenían lugar en las oficinas en las que Juanjo trabajaba. Pensó en todas y cada una de las mentiras que, a pesar de saber que lo eran, no había querido reconocer hasta el momento. Y en último lugar, pensó en la frase impresa dentro de la segunda galleta de la fortuna que había pedido en el restaurante: "La felicidad no sólo se halla en la dicha, sinó también en aprender a aceptar".

Sacó el papel arrugado del bolsillo de su abrigo, lo estiró y volvió a leer la frase que contenía una vez más. En ese momento lo vio claro.

Caminó hasta la orilla y, con toda la fuerza de la que disponía, arrojó el papel al mar, porque aunque no se había dado cuenta hasta ese momento, no necesitaba una segunda galleta de la fortuna, la primera, aún estando vacía, lo decía todo. Vacía, así es como estaba su vida. Vacía de todo cuanto se merecía, aunque llena de cosas que tan sólo le permitían vivir a medias, sentir a medias y, en definitiva, ser feliz a medias.

Ese giro de ciento ochenta grados que su vida llevaba meses pidiendo a gritos, acababa de comenzar. Lo había hecho desde el momento en que Almudena le había dado la espalda al mar y, sonriendo, emprendía el camino de vuelta a casa…

Apenas cinco pasos después, su teléfono móvil comenzaba a sonar y con él, una nueva mentira implícita tras los nueve números del móvil de Juanjo. En ese momento, hubiera sido fácil deshacer el giro que había decidido darle a su vida pero, contra todo pronóstico, lo que Almudena hizo fue girarse para lanzar el móvil también al mar y seguir el camino que esa noche había decidido emprender.

Y entonces, simplemente, sonrió…



Escrito a medias con: María.

Mi caja del tiempo: Los 10 libros

Seguro que en alguna ocasión habrás oído hablar acerca de esas “máquinas del tiempo” que no son otra cosa que cajas en las que la gente guarda determinadas cosas y, después, las entierra para que en un futuro otros las encuentren, ¿no? Pues esto es algo muy parecido…

Se trataría de ponernos en el supuesto de que todo cuanto somos y conocemos va a desaparecer (algo así como si el mundo fuese a evaporarse de pronto para, un tiempo después, volver a surgir –sea del modo que sea y queramos verlo de manera científica o religiosa-) y que, por lo tanto, tenemos que dejar una especie de legado que nos defina como la persona que fuimos…

Empezando por esta y a lo largo de varias entradas, iré poniendo una serie de cosas que yo creo que ayudarían a describir a la persona en la que, con el paso de los años, me he convertido y que metería dentro de esa caja.

Lo primero que he decidido meter son diez libros.



Mi caja del tiempo (01): Los diez libros


  1. Las Cosmicómicas - Italo Calvino
  2. La bruja de Portobello - Paulo Coelho
  3. El niño con el pijama de rayas - John Boyne
  4. Marina - Zafón
  5. Las brujas - Roald Dahl
  6. Si una noche de invierno un viajero - Italo Calvino
  7. Los hombres que no amaban a las mujeres - Stieg Larsson
  8. El juego de Gerald - Stephen King
  9. La suma de los días - Isabel Allende
  10. Controversias en la Educación española - Álvaro Marchesi